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Guerra de piratas

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Hace unos años tuve la oportunidad de participar como jurado en el concurso literario Ricardo Miró en la sección de novela. En el periodo de lectura de las obras en competencia, encontré un trabajo denominado La reina del Pacífico que describe las peripecias de la población de Panamá ante el asedio de las fuerzas del pirata Henry Morgan, quien asoló varias veces la región.

Aunque este libro no alcanzó el premio, llamó mi atención por la calidad narrativa y por resaltar la circunstancia del nivel de ansiedad ocasionado por el arribo esperado de los aventureros que buscaban hacerse del control del villorrio y luego de los tesoros y caudales en la población.

La historia panameña colonial, primero y luego republicana, pareciera estar siempre determinada por estas fuerzas que en un principio fueron solo piratas y luego se diversificaron en corsarios, bucaneros, filibusteros; todos con algún sentido de aquiescencia de un poder establecido y que de manera conveniente toleraba sus actuaciones para beneficiarse directa o indirectamente con los pingües resultados.

La vida como país independiente y el establecimiento de sus instituciones políticas no ha interrumpido la acción e iniciativas que remeden el ímpetu y atrevimiento de Morgan, Francis Drake y otros adláteres de la misma catadura o estirpe. Ha existido una especie de maldición, extensión o prolongación a través de las décadas y siempre surgen expresiones de esas conductas inmersas a veces en lo más profundo de la comunidad.

Múltiples anécdotas ejemplifican tales procederes en diferentes momentos. La conclusión es por lo general, una pérdida para la colectividad y beneficios para quien al utilizar embustes, ficciones y otras estratagemas, logra sacar provecho propio o para su grupo. El modelo no cambia sin importar la época; pudieron ser documentos de un tratado, arroz, cebollas o maíz de origen oscuro, radares, modelos de puentes o helicópteros.

Detrás, está en la sombra un pirata o un grupo de ellos. En múltiples ocasiones, esa actitud acaba cualquier esfuerzo de alcanzar un desenvolvimiento o gestión que cambie prácticas o costumbres del pasado por técnicas novedosas. Un caso que parece no tener una conclusión satisfactoria es el sistema de transporte urbano; buses y taxis son los grandes sectores conflictivos del tránsito que discurre por las calles, sobre todo en la ciudad capital.

Pese a todas las opciones que se han experimentado, un gran porcentaje de la masa humana que se traslada cada día, lo hace en vehículos ‘piratas ', expresión ilegal y sin autorización que ofrece el servicio en desmedro de aquellos que lo hacen conforme a la normativa. ¿Quién los organiza? ¿Quién los financia? ¿Quién los autoriza? ¿Quién se los aguanta? Pese a las quejas, allí están con los rostros que salen y anuncian al público los destinos que siguen.

En las últimas semanas, se ha producido un acontecimiento que reitera un poco ese perfil que trasciende los siglos. Ahora, hasta se expiden patentes de corso para que se desarrollen emprendimientos diversos y de disímiles objetivos en cualquier parte del planeta. Un grupo internacional de periodistas hizo el anuncio de una investigación y mostró un bosquejo del alcance de este extraño caso que rápidamente ocupa las primeras planas.

Lo grave es que, en este asunto, lo que se ha hecho conocido es apenas la punta del iceberg y se ha mencionado —quizá por la impresionante cantidad de expedientes— a una empresa. ¿Cuántos despachos legales se ocupan localmente del mismo tipo de servicios de creación de compañías casi invisibles y con asientos en bancos perdidos en países apenas conocidos en el Caribe o entre montañas europeas?

Las perspectivas de desarrollo integral que se plantean en este istmo, requieren de una atmósfera libre de ese estigma que nos persigue y atrasa el crecimiento como sociedad.

PERIODISTA Y DOCENTE UNIVERSITARIO.


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