Aunque a muchos se les olvide, celebramos hoy una fiesta religiosa, en tanto y cuánto el calendario que la establece se enmarca en un referente inevitable: la Semana Santa y los cuarenta días de preparación que la anteceden y arrancan con el Miércoles de Ceniza (‘polvo eres y en polvo te convertirás'). Pero hoy todavía vale ‘la carne', y por extensión, todos los excesos (o casi), para lo que no deja de ser buen compañero un disfraz: dejar de ser uno, convertirse en otra persona, dejarse llevar y que la responsabilidad de los actos producto del desenfreno no parezca propia. Lo curioso es que cuando se elige en quien convertirse, cuando se elige disfraz, se revela de alguna manera también parte intrínseca del yo: la reina o payaso que llevamos dentro. Pasado el hechizo, como en repetida fantasía de Cenicienta, volvemos todos a la resaca del día a día, con la excusa de que lo que pasó en carnavales tiene dispensa. ¿Qué tanto puede una sociedad caer en la degradación y el menosprecio de las normas porque la coyuntura lo avala? ¿Qué hay de las consecuencias? Hace una semana todo el país pareció postergar las muchas preocupaciones que arrastramos por la situación de la justicia, por la evolución de la economía, por la sequía, por el agua y hasta por el zika, hasta después de los Carnavales. Que dentro de una semana no nos arrepintamos de la falta de conciencia que promueve un ‘Panamá del desastre', esperpéntico y desordenado, con galas de oropel y lujo de mentira. Un país se construye a diario, incluso en los días de Carnaval. Que nadie se sorprenda si no nos toman en serio quienes ven que no nos tomamos en serio nosotros mismos. Al pueblo panameño, ‘pan y carnavales'.
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